El Efecto Halo
La belleza es la carta de recomendación más segura. (Platón)
El efecto halo fue identificado por Edward L. Thorndike en el siglo XX, cuando realizaba varios estudios sobre las evaluaciones psicológicas en militares. Se dio cuenta de que la percepción de un solo rasgo afecta a todos los demás, lo que influye en el juicio final. Es decir, se trata de juzgar a una persona a partir de una primera impresión, ya sea desde su apariencia o comportamiento. El efecto halo consiste en atribuir presuntas características a partir de las ya observadas. Se trata de cómo una impresión (positiva o negativa) que se tiene sobre alguien o algo, condiciona la opinión general. Por ejemplo, vemos una persona que nos atrae físicamente, por lo que pensamos que es hermosa.
¿Qué es?
El efecto halo normalmente se trata de un error de juicio a la hora de hacernos impresiones, que resultan ser muy potentes y anulan la capacidad racional de juicio. Esto sucede porque tenemos la necesidad de clasificar la realidad de forma ordenada.
Así pues, el efecto halo se trata de un proceso inconsciente de evaluación inconsciente de otra persona, haciendo que las personas juzguemos todo de forma totalmente subjetiva, ya que hacerlo objetivamente requiere de un esfuerzo consciente.
El efecto halo forma parte de nuestro cerebro, ya que resulta una interpretación de la información del entorno. Y aunque a simple vista parece inevitable, podemos tomar consciencia de ello y revertirlo.
Solo es necesario reflexionar un poco y no quedarse con la primera impresión. Ir más allá y saber quién está realmente detrás de esa apariencia. Así pues, es muy importante evitar juicios apresurados y basados solamente en impresiones externas.
El efecto halo en la vida cotidiana
Daniel Kahneman es un reconocido psicólogo que trabajó y estudió de forma detallada el fenómeno del efecto halo. Así, en su libro “Pensar rápido, pensar despacio” nos señala cómo este sesgo forma parte de cualquier ámbito de nuestra vida. Por ejemplo, si alguien es muy guapo o atractivo le atribuimos otra serie de características positivas sin haber comprobado si las tiene o no, como que es inteligente, seductora o agradable. O, al contrario, si alguien nos parece feo, podemos pensar que será una persona aburrida y poco amigable.
Aún más, también los profesores tienen según el profesor Kahneman sus alumnos preferidos. Aquellos que suelen sacar mejores notas reciben por término medio un trato más benevolente que quienes tienen más dificultades o sacan peores resultados. Este hecho es tan evidente que muchas universidades han establecido por ejemplo, medidas para prevenir el efecto halo.
Una de ellas es la Universidad de Nueva Inglaterra, en Australia, donde realizaron un estudio para ver si las calificaciones de los alumnos por parte de sus profesores estaban mediadas o no por este sesgo cognitivo. A día de hoy cuentan con adecuadas estrategias para que la valoración sea siempre lo más neutral posible. Todo ello nos obliga a concluir con un hecho muy simple. Las personas emitimos juicios de valor de forma habitual.
Lo hacemos eso sí, sin la mala intención. No buscamos etiquetar ni juzgar a la ligera pero lo hacemos por un hecho del que tampoco somos siempre conscientes: nuestro cerebro necesita hacerse una rápida idea sobre aquello que le rodea. Quiere saber de qué o quién puede fiarse, quién le ofrece seguridad y de qué es mejor mantener distancia. De ahí que le baste a menudo una sola característica para hacer una inferencia general (y a menudo poco acertada).
Asimismo, podemos observar el efecto halo cuando sabemos a qué se dedica una persona en su trabajo, categorizándolo según sea médico, carpintero o recepcionista. Incluso en marketing esta técnica es muy usada como estrategia para mejorar la imagen de algunos productos y posicionar mejor una marca en el mercado.
También podemos ser conscientes del efecto halo en las entrevistas de trabajo, refiriéndose al sesgo de que un entrevistador al ver un rasgo positivo en el entrevistado, pase por alto los rasgos negativos o los preste menos atención, o viceversa.
Los experimentos de Nisbett y Willson
Nisbett y Willson realizaron posteriormente a Thorndike un experimento en la Universidad de Michigan con dos grupos de estudiantes (118 en total). A cada grupo se le mostró un vídeo de un profesor en clase, el mismo para ambos grupos.
Se diferenciaba en su forma de comportarse, en uno de los vídeos el profesor era cordial y afable, y en el otro se mostraba autoritario e imperativo. Es decir, en un vídeo se mostraba al docente con cualidades positivas y en otro con cualidades negativas. Posteriormente se pidió a cada uno de los grupos que describieran el aspecto físico del profesor. Y aquí, es donde viene lo más curioso de este experimento.
Los resultados del experimento
Aquellos estudiantes que vieron la faceta positiva del profesor lo describieron como una persona simpática y atractiva. Mientras, aquellos que observaron la faceta negativa lo calificaron con adjetivos poco favorecedores. Pero fue más allá el asunto, ya que a continuación se les preguntó a los estudiantes si pensaban que la actitud del profesor podía haber influido en su evaluación del aspecto físico, respondiendo todos con un “no” rotundo, y argumentando que sus juicios eran totalmente objetivos.
En resumen, esto refleja la realidad del efecto halo y qué poco sabemos sobre qué es lo que influencia nuestra evaluación de las personas y nuestro entorno. Es así porque aunque creamos que realizamos juicios objetivos, puede que no lo sean tanto, apoyando quizá esa afirmación que tantas veces oímos que la primera impresión es lo que cuenta. Aun así, no siempre sucede este fenómeno, en otras situaciones algunas variables como el contexto o el afecto, también pueden ejercer cierta influencia.
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