Experimento el Pequeño Albert (1920)
La mente del niño es como una página en blanco en la que podemos escribir nuestros conocimientos. Pero debemos ser conscientes de que nuestras palabras pueden dejar una marca indeleble en su ser. (Jean Piaget)
Año 1920. Universidad Johns Hopkins, Baltimore, Estados Unidos. John B. Watson, psicólogo estadounidense con enormes contribuciones en la teoría científica del conductismo, planteó un experimento que, a día de hoy, no podría realizarse de ningún modo. ¿La razón? Experimentó fobias en un bebé.Para el experimento, conocido como “El Pequeño Albert”, seleccionaron a un bebé sano de 9 meses que no tenía miedo a los animales, pero sí que mostraba rechazo y temor a los sonidos fuertes. Para probar el condicionamiento clásico, se puso en contacto al pequeño Albert con una rata blanca, con la que se encariñó. Posteriormente, Watson empezó a inducir sonidos fuertes de un martillo chocando contra el metal cada vez que Albert estaba con la rata.
¿Qué pasó, con el tiempo? Que Albert desarrolló fobia a la rata incluso cuando ya no había sonidos. El experimento demostró que un estímulo externo puede crear una respuesta de miedo hacia un objeto que antes era neutral. Y no solo eso, sino que, a medida que se hizo mayor, Albert tuvo miedo a todos los animales peludos. Aun así, no pudo verse si arrastró las fobias a la edad adulta, pues murió a los 6 años.
Empieza el experimento
En la primera sesión, el niño fue expuesto a varios estímulos para conocer si les tenía miedo antes de que empezara el experimento. Se le expuso a una fogata y a varios animales, y no mostró miedo. Sin embargo, cuando Watson dio un golpe con una barra metálica, el niño sí lloró, confirmando la idea de que se podía inducir una respuesta de miedo en los bebés ante un ruido brusco.
Dos meses después, empezó el experimento propiamente dicho. El primer estímulo que Watson y Rayner quería condicionarle miedo era una rata blanca de laboratorio. Al presentársela a Albert, el bebé sintió curiosidad, incluso la quiso alcanzar. Sin embargo, su comportamiento empezó a cambiar cuando los experimentadores hicieron sonar una barra metálica a la vez que le presentaban el animal. Esta forma de proceder era prácticamente idéntica a cómo lo había hecho Watson con sus perros, la comida y la campanilla.
Al sonar la barra metálica y ver la rata blanca, el niño empezó a llorar. Se tiró hacia atrás, alterado. Volvieron a intentarlo, enseñándole primero la rata blanca y volviendo a hacer sonar la barra metálica. El niño, quien tampoco había tenido miedo de la rata esta vez, volvió a llorar al oír el ruido de la campana. Los investigadores acababan de lograr cumplir el primer condicionante, haciendo que el niño empezara a asociar miedo con el animalillo.
Llegados a este punto, y en la única muestra de empatía hacia el bebé, Watson y Rayner decidieron postergar el resto de las pruebas experimentales una semana, “para no perturbar al niño seriamente”. Cabe decir que esta empatía no contrarrestaría la forma en cómo el experimento fue evolucionando, ni tampoco el daño que se le generaría al pobre Albert.
En la segunda tanda experimental, Watson realizó hasta ocho intentos más para asegurarse de que el niño había relacionado la rata con miedo. En el séptimo intento presentó otra vez la rata blanca haciendo sonar el ruido brusco de la barra metálica. Finalmente, en el octavo intento, solo presentó la rata blanca, sin ruido brusco de fondo. El niño, a diferencia de cómo se había comportado en las primeras sesiones experimentales, esta vez tenía miedo, lloraba, no quería tocar la rata, huía de ella.
Transfiriendo el miedo
El experimento siguió con dos tandas experimentales más, cuando el pequeño Albert ya tenía unos 11 meses y cuando tenía 1 año y 21 días. Watson quería comprobar si podía transferir el miedo a la rata blanca a otros estímulos con características similares, es decir, que tuvieran pelo o que fuera blancos.
Para llevar a cabo esto, los investigadores se valieron de varios animales y objetos peludos, muy parecidos al tacto de la rata blanca: un conejo, un perro y, también, un abrigo de piel. Cuando se le presentaron a Albert, el niño empezó a llorar, sin necesidad de hacer sonar la barra de metal. El niño no solo temía a la rata blanca, también a cosas que se le pareciera. El miedo estaba transferido a otros elementos similares al animalillo.
La última prueba, en la que Albert ya contaba con un año de edad, se le presentó un estímulo aún más desconcertante, aunque, de primeras, pudiera parecer inocente: una máscara de Santa Claus. Al ver la careta del alegre personaje navideño Albert también se puso a llorar, gorgoteaba, intentó abofetear a la máscara sin llegar a tocarla. Cuando se le obligó a tocarla, gimió y lloró todavía más. Finalmente, lloró con el mero estímulo visual de la máscara.
¿Qué fue del pequeño Albert?
La última fase del experimento iba a ser la de tratar de quitarle los miedos inoculados. Esta parte era la más importante, dado que, en teoría, iba a suponer deshacer el daño que se le había hecho. El problema fue que tal fase nunca llegó.
Según relatan los propios Watson y Rayner, cuando intentaron comenzar con esta fase, el pequeño Albert había sido adoptado por una nueva familia, la cual se había trasladado a otra ciudad. El experimento fue rápidamente cancelado dado que la Universidad se había mostrado irritada por la controversia ética del mismo. Además, Watson y Rayner fueron despedidos en el momento en el que la institución descubrió que tenían una relación sentimental, algo prohibido entre compañeros.
Es por todo esto que, tras ser cobaya experimental, se le perdió el rastro a Albert y no se pudo quitarle esos miedos. El paradero de pequeño fue una incógnita hasta entrados los años 2000, en el que varias líneas de investigación trataron de averiguar qué era lo que le había pasado exactamente al niño después del fin del experimento, sí había seguido padeciendo fobias en su vida adulta o si los resultados de Watson y Rayner no duraron mucho. Dos han sido las investigaciones consideradas más válidas.
Se llamaba William Barger
Una de las líneas de investigación más fiables y plausibles es bastante reciente, datando del año 2014. Dos investigadores, Russ Powell y Nancy Digdon repasaron el censo y documentación de principios del siglo XX y concluyeron que Albert era William Barger. La madre biológica de este individuo había trabajado en el mismo orfanato en donde Watson y Rayner habían conseguido al pequeño Albert, el Harriet Lane Home.
William Barger había fallecido en el 2007, así que no se le podía entrevistar para asegurarse de que era el pequeño Albert, sin embargo, los familiares de Barger aseguraron que siempre había tenido una fobia especial a perros, además de a otros animales peludos.
Albert tenía hidrocefalia
Aunque la hipótesis de que era William Barger parece ser la más plausible, otra teoría, un poco más antigua, es considerada por muchos psicólogos como el verdadero desenlace del pequeño Albert.
Hall P. Beck y Sharman Levinson publicaron el año 2009 en la APA su línea de investigación sobre cómo vivió Albert después de haber sido sujeto experimental de John B. Watson y Rosalie Rayner. Según esta investigación, Albert no logró vivir por mucho tiempo, falleciendo de hidrocefalia congénita a la edad de seis años.
Este hallazgo no únicamente pone en duda lo escasamente ético que fue el experimento del pequeño Albert, sino que, también, invalida los resultados obtenidos por Watson y Rayner. En teoría, Watson explicó sus resultados creyendo que había experimentado con un niño sano, pero, dado que la hidrocefalia podría haberle implicado problemas neurológicos, los cuales explicarían su falta de emocionalidad, la investigación del psicólogo quedaría fuertemente puesta en duda.